Sufismo - Tariqa Qadiría Butchichía


Transformación interior

Cada persona tiene su propio camino y cada camino es único. Desde el día en que llegamos a la existencia estamos en ese caminar. Viajamos a todo instante, en cada respiración, en cada inspiración, en cada expiración. El trabajo espiritual solo es posible si renacemos a la dimensión interna que cada uno lleva en él. En tal viaje, a ciertos momentos, nuestro camino cruza con el de otros Buscadores. ¡ Esos momentos son benditos! Nos permiten vernos como en un espejo y revelan aspectos secretos del camino, aspectos que poseemos y que salen a la luz al contacto con los amigos. En ese ensanchamiento progresivo de la conciencia esta lo esencial. El camino interior es lo único necesario y valioso en esta vida y estamos aquí para realizarlo. El resto, a de tomarse como algo contingente, como un cadáver al borde del camino. Debemos por lo tanto obrar para conseguir una expansión de nuestra conciencia y esta tarea a de ser nuestra única razón de ser. Con el crecimiento de nuestra conciencia, aparece nuestro verdadero ser, es entonces cuando podemos esperar alcanzar la unificación interior.

Si por el contrario nos mantenemos en la periferia de nosotros mismo, sean cuales sean las acciones que emprendamos, la esencia permanece inaccesible, nuestro ser verdadero dispersado y nos encontraremos lejos del centro. Y justamente de lo que se trata es de ser capaces de escuchar ese centro que en el sufismo se denomina corazón (qalb).Dice un proverbio": Ahí donde encuentres tu corazón, planta tu tienda ". Es en el corazón donde reside el objeto de nuestra búsqueda más intensa. Pero la escucha y la búsqueda interna pueden enturbiarse por ruidos y miedos externos que nos hacen huir de nosotros mismos. Por este motivo, los sufis practican la meditación con la intención de concentrar el ser disperso y llevarlo de vuelta al centro. En algunos casos las sesiones de meditación se nutren con la invocación: Lâ ilaha illâ Llâh, proclamación de la unidad divina y que se puede traducir por ": No hay otra realidad que la Realidad divina". No existe otro ser que el Ser divino, absoluto, infinito, incondicionado. Ese centro tan anhelado es el lugar de una libertad infinita que mora en nosotros. Acercándose a la esencia divina, cada uno de nosotros puede esperar alcanzar esa liberación. Lâ ilaha illâ Llâh. Esta formula, pone también de manifiesto nuestra tendencia a deificar cosas que pertenecen únicamente al orden de las cosas relativas: nos forjamos ídolos internos. Pensamientos, obsesiones, preocupaciones invaden nuestro ser. Reducen el espacio de nuestra libertad y se edifican en una especie de Ser absoluto. En la exterioridad de nuestra condición, nos semejamos a la espuma, fluctuando al antojo del océano de preocupaciones. Con la ayuda de la meditación, aprendemos progresivamente a discernir lo relativo y lo colocamos en su lugar, de esta manera, en nosotros, no cabe mas presencia que la del Ser verdadero. En el corazón de nuestra conciencia interna, lo que pertenece al orden de lo relativo, pasa como pasan las nubes en un cielo azul. No nos identifiquemos con una nube que pasa, tomemos una cierta distancia. ¡Liberémonos de nuestras servidumbres internas, concentrándonos en el Ser universal! Los sufis invocan el nombre de la esencia divina. Ese nombre en árabe se dice Allâh. Él es el dios de todos los seres. El Ser divino nombrado de diferentes maneras según el idioma. Invocando Allâh, es a Él a quien nos dirigimos. Y así ponemos de manifiesto nuestra intención y nuestra aspiración a desprenderse de las ataduras de este mundo y nuestra disposición para acceder a otra comprensión.

Las meditaciones pueden ser colectivas y el medio para un intercambio y un reparto; juntos formamos un solo ser, un único corazón. En esa situación nos hacemos sensibles a nuestra interioridad a la vez que nos abrimos a los otros y al ritmo de sus invocaciones. Cada uno tiene el deber de armonizarse y ajustarse al conjunto, esto permite que algo que sobrepasa la simple suma de nuestras individualidades se manifieste en una comunión con todo lo existente. No hay nada que excluir; se busca la disposición para recibir. A medida que nuestra vida se impregna de los efectos de la meditación y de la invocación, todo nuestro ser empieza a pacificarse. Nuestro encrespado océano se calma y nos acercamos a un sentimiento de paz. Esa paz solo es posible en presencia del centro. El camino espiritual, es el único que conduce al centro. Fuera del camino, solo existen combinaciones mas o menos esdivs que se derrumban a la primera borrasca. La verdadera paz no puede estar condicionada a fenómenos externos; ella es de la misma cualidad que el Ser universal, independiente de todo objeto, de toda razón, de toda condición: es la paz del espíritu, la paz del corazón. Nuestra conciencia interna se apacigua, se aclara y puede llegar al conocimiento de sí misma. Para comprometerse en este trabajo, nadie puede sustituir a nadie, nadie puede hacer esfuerzo en el lugar de otro. Ninguna escuela, ningún programa pueden enseñar lo que pertenece al orden de las experiencias. Estas experiencias corresponden a momentos de nuestra vida, donde acontecimientos y disposiciones particulares nos llevan a tomar conciencia de nuestra dimensión interna. Cuanto mas, se clarifique esa dimensión interna, mas aumentara la posibilidad de la visión del Ser universal. Mas nos elevamos, mas grande se hace nuestra capacidad de percepción interna. Esto es lo que los sufis llaman la capacidad de exaltación propiedad del hombre.

La "magnificación", es universal: amamos los seres que nos rodean pory a través del Ser universal. Lo que magnificamos entonces a travésde las manifestaciones del mundo, es el Ser universal: ese mismo que a la vezes Interior y Exterior. Al contrario la idolatría, consiste en aprehenderuna cosa por ella misma en su aspecto mas relativo y adorarla en exclusividad.Si en nosotros crece esa percepción, esa nueva mirada, ella se reflejaraen todos los seres que encontremos en nuestro camino. Porque esta en nosotros,en el lugar donde podemos percibirlo lo más directamente, el Ser universalque buscamos, reside en todas las cosas; y, en la medida en que esa percepciónampliada se enraíce en nosotros, lo veremos en todo lo que nos rodea.

Esa capacidad de vivenciar y percibir el Ser universal se asemeja a una oración continua y nos permite sobrepasar los limites de lo que los sufis llaman el ego. El ego, el yo, consiste en una entidad psíquica creada por nuestra educación y por todo tipo de condicionamientos que forma en su conjunto nuestra historia individual. Es el principal freno a nuestro crecimiento; vivimos separados del mundo. Es el sentimiento y la sensación que nos dan el yo, lo que ocupa todo nuestro campo de conciencia, confinándonos en un circulo cerrado, que tomamos por nuestra verdadera identidad. La necesidad del ego, que este satisfecho o angustiado, consiste en disminuir, excluir, oponer; solo en esas condiciones se auto afirma. Es en ese sentido que los iniciados reconocen que ciertas tendencias del alma son negativas, no tanto del punto de vista moral pero si por el hecho que nos cortan y nos aíslan de la verdadera conciencia del Ser universal. El orgullo, la vanidad, la autosatisfacción son consideraras negativas porque constituyen velos que impiden percibir el Ser. Para los místicos, todo lo que clarifica nuestra conciencia es bueno y todo lo que la oscurece y nos aleja de nuestro centro es negativo. Ocurre a veces que cosas consideradas moralmente negativas nos acercan al centro, mientras que otras positivas nos puede alejar. La toma de conciencia de nuestra actitud errónea, nos puede efectivamente ayudar a reorientarnos mas firmemente hacia el Ser universal. El musulmán llama este retorno al Ser, arrepentimiento (tawba). Pero si nos empeñamos únicamente en cultivar un sentimiento de virtud, sentimiento que satisface eminentemente el ego, nuestra relación con el Ser esencial, a pesar de todo nuestros esfuerzos puede debilitarse. "Mas te vale ser el amigo de un ignorante insatisfecho del mismo, que de un sabio autocomplaciente. (Ibn Ata Allah al-Iskandarî). Esa sabiduría externa esta muy alejada del verdadero conocimiento. Al contrario, la ignorancia antes referida, es solo externa; no encontrarse satisfecho con uno mismo demuestra estar en camino, buscando y abriendo su corazón para acercarse al Ser. No se trata por lo tanto de ignorancia en el plan espiritual, al contrario, es un verdadero conocimiento. En el sufismo es posible encontrar hombres que a lo largo de su vida acumularon mucha información y saber externo y que eran discípulos de personas simples e iletradas, personas capaces de reorientar esos sabios y hacerles participes del saber del corazón y no de las palabras.

Siempre se puede en el ámbito del saber externo discurrir y crear ilusión, pero en lo que se refiere al saber del corazón, no hay engaño; cada uno sabe el trabajo que le queda por hacer: es un asunto entre uno mismo y Dios. Cuando se aspira a colmar una necesidad interna, no se tiene que dejar atrapar por la ilusión de haber comprendido, de haber llegado. Por ello el trabajo del maestro sufi consiste más en suscitar preguntas he interrogantes que responder a ellas. Tal enseñanza conduce al discípulo inevidivmente a esta conclusión "¡ No sé!" A nuestro yo le cuesta muchísimo admitir su ignorancia. Admitir con todo su corazón "¡no sé!", exige una forma de conocimiento espiritual más elevado que cuando se afirma"¡yo sé!". Una tradición profética afirma: " El que dice :¡ no sé!, Dios le enseña a su espalda".

El sentido profundo de la oración corresponde a una petición incondicional del corazón. La oración manifiesta un " estado de no saber "; nuestro corazón pide el Ser, pero no sabe que es lo que va a recibir: la petición esta en el corazón y la contestación en las manos de Dios. Sin embargo, nos apresuramos a darnos respuestas: como no hemos cultivado suficientemente confianza, tememos las respuestas que podamos recibir. Adoramos al Ser, pero con la condición que nos dé las respuestas que nosotros deseamos, y para estar seguro de que no va haber ningún error, nos apresuramos a darnos las respuestas que suponemos las mas adecuadas a nuestras necesidades.

Uno de los aspectos fundamentales para la pacificación progresiva del alma, consiste en vencer los miedos que nos manipulan y nos sumergen en un mundo ilusorio y reemplazarlos por un verdadero sentimiento de confianza y de abandono. Cuenta el sufi Attar, en su Libro divino " Había un perro que intentaba beber. Cuando se acercaba al agua veía su reflejo y esto lo hacia huir. Pero como estaba sediento, volvía, y cada vez que estaba a punto de beber, un perro se le echaba encima, con lo que otra vez huía. Llego así, a tener tanta sed, que termino por tirar sé al agua; por fin apago su sed y se dio cuenta que ese miedo tan grande que padecía no era más que los fantasmas de su propio ego, una proyección del mismo." Esa frontera que nos separa de nosotros mismo, es la que tenemos que atravesar."Estaba entre yo y yo mismo, separado de mi, por mi mismo", dice un poeta sufi. Esa frontera, a pesar de ser ilusoria, es eficaz, ya que nos impide beber del agua de nuestra propia fuente interna. Cuanto mas invocamos , mas nos orientamos hacia el Ser universal, y mas percibimos la raíz de nuestros miedos, y en el momento que estas raices son identificadas y expuestas a la luz del día, se disuelven en la Realidad y son remplazadas por la energia de la confianza.